La arquitectura del «No» en Ecuador
- Benito Bonilla
- hace 4 minutos
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Han pasado cinco días desde el referéndum del 16 de noviembre de 2025 convocado por el presidente Daniel Noboa, y ya es posible separar la paja del trigo: los verdaderos ganadores fueron el movimiento ecologista, el movimiento indígena y otros sectores de la sociedad civil organizada; los perdedores, el Gobierno y su pretensión de usar la consulta popular como cheque en blanco para reforzar la imagen del primer mandatario.
Quienes trabajamos en consultoría política con enfoque en derechos humanos y ambientales lo advertimos meses atrás: el desgaste del Gobierno —y en particular de quienes impulsan la industria extractiva— se estaba traduciendo en un descontento ciudadano cada vez más visible. En Cuenca ese malestar estalló con la marcha masiva del “Quinto Río” del pasado 15 de septiembre, la mayor movilización que ha enfrentado este gobierno y la primera derrota política clara en la tercera ciudad del país. La defensa del páramo de Quimsacocha marcó un punto de quiebre: la ciudadanía dejó claro que la protección de las fuentes hídricas está por encima de cualquier proyecto minero y del respaldo al proyecto al presidente.
El ruido político fue inmediato. Poco después, Noboa anunció la eliminación del subsidio al diésel, la CONAIE convocó un paro nacional que duró 31 días y la conversación pública se desplazó. En paralelo, la Corte Constitucional aprobó la pregunta sobre una posible asamblea constituyente y el eje del debate se corrió una vez más. El Gobierno pareció creer que los temas incómodos —consulta previa, derechos de la naturaleza, derecho humano al agua— habían quedado atrás, diluidos en la agenda mediática.
No fue así.
Nuestras investigaciones cualitativas y cuantitativas de septiembre y octubre de 2025 mostraron tres cosas con claridad:
la enorme mayoría de la ciudadanía desconocía el contenido real de las preguntas del referéndum;
existía un profundo descontento y una sensación de incertidumbre sobre el rumbo del país;
la fatiga social era palpable.
Aquí es donde la teoría de Byung-Chul Han ilumina lo ocurrido. Han describe una sociedad donde el sujeto ya no es disciplinado desde afuera (como en el modelo foucaultiano), sino que se autoexplota bajo el imperativo del “puedes”. Es el emprendedor de sí mismo que termina agotado, ansioso y deprimido, viviendo en un estado permanente de fatiga que erosiona la memoria colectiva y la capacidad de resistencia sostenida.
El Ecuador de noviembre de 2025 encajaba perfectamente en ese diagnóstico: una ciudadanía fatigada tras años de crisis —políticas, económicas y de seguridad—, saturada de estímulos y sometida a cambios de foco constantes (subsidio al diésel, bases militares extranjeras, asamblea constituyente). El Gobierno apostó a que esa fatiga haría olvidar los errores recientes y diluiría cualquier resistencia. No contó con que precisamente esa misma fatiga puede convertirse en rechazo visceral cuando se percibe que se está siendo manipulado, ni con la ausencia estratégica de una campaña agresiva por parte del correísmo —la Revolución Ciudadana, principal opositor—, que optó por un perfil bajo, sin promoción visible ni confrontación directa. Esta pasividad, comentada por todos pero poco analizada, dejó el terreno libre para que el descontento se canalizara hacia el No sin diluirse en polarizaciones partidistas, fortaleciendo así la voz de los movimientos independientes.
La campaña del No fue corta, descentralizada y creativa porque no tuvo otra opción. No hubo tiempo ni recursos para estructuras verticales tradicionales. En cambio, organizaciones, colectivos y ciudadanos independientes —muchos de ellos profundamente comprometidos, con esa corazonada de que, aún en la derrota, íbamos a salir con dignidad— compartieron investigaciones, diseñaron mensajes y ocuparon espacios de debate con una diversidad gráfica y discursiva que resultó imposible de atacar: no había un solo rostro ni una sola voz a la que apuntar. Esa aparente dispersión se convirtió en su mayor fortaleza, impulsada por un compromiso genuino que trascendía cálculos electorales.
Desde nuestra lectura, hubo dos debilidades tácticas del oficialismo que terminaron de sellar el resultado:
la propuesta de instalar bases militares extranjeras (especialmente la mención improvisada de Galápagos) cerró cualquier posibilidad de debate sereno sobre seguridad;
la negativa del presidente Noboa a precisar los temas de la eventual Constituyente generó un vacío narrativo que la campaña del No llenó con una sola palabra contundente: desconfianza.
No fue improvisación. Fue estrategia ciudadana deliberada dentro de limitaciones reales.
El triunfo del No se inscribe en una secuencia histórica que la sociedad civil ecuatoriana ha construido mediante democracia directa: el rechazo al trabajo por horas y a los arbitrajes internacionales en abril de 2024; la decisión de mantener el crudo del Yasuní bajo tierra en agosto de 2023 (aún incumplida); la protección del Chocó Andino y de Quimsacocha. En todos los casos, detrás de lo que a veces parece “espontaneidad” hay investigación rigurosa, construcción paciente de narrativas y movilización sostenida.
Hoy le corresponde al Gobierno escuchar de verdad. Las consultas populares no son instrumentos para refrendar la imagen de un presidente; son mecanismos para que la ciudadanía corrija el rumbo cuando siente que se está perdiendo. Usarlas como cheque en blanco solo profundiza la fatiga y la desconfianza que Byung-Chul Han ha diagnosticado tan certeramente.
Porque una sociedad cansada también puede ser una sociedad que, en su cansancio, dice basta.

